Cecilia Vicuña o el fracaso como acto de resistencia artística
El CA2M, el Centro Dos de Mayo de Móstoles, en Madrid reúne más de 100 piezas en la primera gran muestra de la artista chilena en España.
La obra de Cecilia Vicuña (Santiago, 73 años) se expone por primera vez en España para iluminar, dice el título de la muestra, el fracaso. Cecilia Vicuña. Veroír el fracaso iluminado reúne más de cien trabajos de la poeta, artista visual y activista en el CA2M, el Centro Dos de Mayo de Móstoles, en Madrid. El fracaso en este caso tiene varias acepciones: el del final de la democracia en Chile en 1973, tras el golpe de Estado a la presidencia de Salvador Allende; el del colonialismo, que, como las dictaduras, trata de borrar las palabras de los pueblos sin conseguirlo; incluso el de la propia artista, el silencio o la indiferencia a la que estuvo sometida hasta su participación en Documenta14, una de las exposiciones de arte contemporáneo más importantes del mundo, cuando recibió el reconocimiento merecido. Entonces, los precios de sus obras se dispararon en el mercado y en 2019 ganó el Premio Velázquez, dotado con 100.000 euros. “Yo pensaba que me iba a morir como una autora secreta”, dijo la artista en una entrevista en EL PAÍS en 2020.
Al entrar en la exposición (del 20 de febrero al 11 de julio) hay que atravesar unas enormes cascadas de lana andina sin hebrar, algunas de más de 10 metros de altura. La instalación se llama Quipu menstrual (la sangre de los glaciares) y marca el inicio, pero también la intención del recorrido ecofeminista de su trabajo. Estas lanas son la representación de la regla, pero también del deshielo de los glaciares por la explotación minera. De esta manera Vicuña recibió a Michele Bachelet en 2007, cuando asumió la presidencia de Chile. Al pasar entre ellas, la lana se queda pegada a la ropa y a los zapatos. Cuando los responsables del centro de arte y la artista diseñaban el montaje por videollamada con la ayuda de tres cámaras, debido a la pandemia, le advirtieron de que las lanas se podían caer e ir desapareciendo. Ese era el objetivo, les dijo Vicuña al otro lado de la pantalla, desde su casa en Nueva York.
La muestra, como los hilos rojos que marcan gran parte de su producción, vuelve una y otra vez sobre los mismos temas a lo largo de más de cuatro décadas de trabajo. El gobierno de Allende aparece de manera recurrente. Hasta tal punto que Vicuña invita a todo aquel que se acerque a Móstoles a mirar a través de sus ojos en la instalación La ruca abstracta (Los ojos de Allende), en la que el retrato del político tiene las gafas huecas.
Al otro lado queda la imaginación de cada uno. Vicuña y el CA2M han colocado un gran cartel de una guerrillera vietnamita y una joven chilena que se intercambian un arma y un libro La revolución de agosto, sobre el levantamiento de los vietnamitas contra la colonia francesa. Muchas de estas piezas se presentaron en Londres, en 1974, justo después de que Vicuña saliera de su país a donde no ha regresado. En ese exilio que es interior y exterior. Fue en la capital británica donde colgó, con la ayuda de un colectivo de artistas, una gran tela con el lema Chile Vencerá que después usaría el partido laborista en un acto político.
El arma de la palabra
Vicuña identifica la dictadura como un acto de violación al derecho a la verdad. Por eso, sus PALABRARmas, uno de sus primeros trabajos, consiste en resignificar palabras para cargarlas de una letalidad que impacta sin dañar. Es su manera de resistencia política. “Las palabras son armas, quizás las únicas armas aceptables”, escribió la artista. De esta manera, la verdad se convierte en unas gafas a través de las que mirar y la solidaridad se divide en tres vocablos para ser sol y el verbo dar en un bosque.
El asesinato de Allende supuso el final de su carrera como pintora, reconoce Vicuña. En el CA2M se ha reunido una pequeña muestra de su producción pictórica a través de la que representó mujeres desnudas, el folclore, iconos de la izquierda y del activismo feminista como Lenin o Angela Davis. Hay un punto naive en su trazo que se carga de profundidad con cada uno de los textos que acompañan a sus obras.
En el casi centenar de precarios que han llegado a Madrid está esta dicotomía. Se trata de pequeñas esculturas creadas con desechos que ella denominó “altares de residuos”. Son el resultado de unir elementos de la naturaleza en disposiciones variopintas, delicadas y coloridas, pero también de los restos que deja el capitalismo. De esta manera, la exposición llega a su fin pero a su principio. El hilo rojo de la lana andina que la recorre en busca de la reivindicación de los pueblos indígenas —los primeros posmodernos, para la artista—, el feminismo, el ecologismo y la lucha popular se instaura en un bucle infinito con piezas que siempre parece que están a punto de desaparecer. Pero que aunque una gran parte de la producción de Vicuña fuera destruida por orden de la dictadura chilena y otra se extraviara en sus mudanzas por el mundo, siempre encuentra una manera de permanecer y remachar su mensaje de resiliencia.